Por Juan Jauregui
Las personas que tienen pasión por algo se dejan llevar de la pasión. Lo que nos apasiona es justo lo que nos da vida. La vida se vuelve un poco «sosa» cuando todo nos da igual, cuando no nos gusta nada, cuando no nos entretiene ni nos moviliza nada... ¡No se distrae con nada! Es un síntoma malo de poca salud física o psíquica. Lo que nos apasiona, además de llenar nuestra vida y de ser fuente de vida, va dejando huellas. Buen exponente de todo esto son obras de arte, colecciones, museos, recuerdos de familia, piezas artísticas que comenzaron «por un pequeño gusto, una pasión consentida». En lo que nos apasiona no nos importa invertir: dinero, tiempo, sacrificios... ¡Ahí está la vida de muchos hombres y mujeres apasionados que lo confirma!
Esto nos hace comprender mejor el evangelio de hoy, que nos presenta algunas de las parábolas del Reino. Lo de Dios, es decir, el Reino de Dios, es presentado como «una pasión», como un gusto, como una realidad que afecta a la vida entera. Uno la descubre, cuando sea y como sea, y queda «enganchado y apasionado», ya no vive nada más que para eso. Es bonito escuchar testimonios de personas que comentan cómo cuando han descubierto el Reino de Dios ya no pueden vivir sin vivir para el Reino, sin hacer Reino de Dios allí donde están. Decir «hacer Reino de Dios» parece una cosa sublime que no hay quien la digiera, pero es lo más sencillo del mundo. Así, en palabras que todos puedan entender, hacer Reino de Dios es poner en marcha y colaborar en lo que a Dios le chifla: la felicidad de la gente, que no les falte pan ni sonrisa a nadie; que el que está en la cuneta tenga un samaritano al lado. Algunos irán mucho más lejos y harán «milagros» y echarán espíritus negativos y malos de la existencia de las personas; o se subirán al monte o se meterán en su rincón de oración y allí tendrán unos «tratos de intimidad» con Dios de los que saldrán «chiflados», tan enamorados del Padre como el mismo Jesús.
El Reino de Dios es posible que sólo lo descubran unos pocos... A los demás nos basta con encontrarnos con hombres y mujeres que han descubierto el Reino y lo hacen ante nuestros ojos. Entonces nos quedamos admirados... hasta preguntamos: ¿Cómo es posible que en un mundo tan egoísta haya gente tan desinteresada, tan maja, tan entregada a los demás, tan creativa, tan profunda que nos hace ver y gustar la densidad de la vida ordinaria...?