Reflexion del Evangelio


Espíritu Santo
Por: Juan Jauregui, www.juanjauregui.com

¡Qué cariño le tenemos a nuestro álbum! Aquella foto de nuestro bautismo, de nuestra primera comunión, de nuestra boda, despierta la emoción en nosotros. Es un trozo de nuestra vida la que queda allí para el recuerdo.
Una pareja llevaba diecisiete años de casados. Un día, mientras pasaban las hojas de su álbum, sonreían complacidos: «¡Qué felices éramos en aquel entonces!», dijo la mujer.
«Y lo volveremos a ser», contestó el marido.
Estaban pasando unos malos momentos ocasionados por uno de los hijos.
El álbum puede traernos el recuerdo de una felicidad que ya no existe o de un amor que se ha enfriado.
El corazón humano es una hoguera que da calor; es decir, da amor. Pero, si se enfría, sólo quedan cenizas.
Despedimos con lágrimas a aquel amigo que se trasladaba a otra ciudad. Nos prometimos seguir relacionándonos con frecuencia. Al principio, una carta o una llamada semanal; después pasó a ser mensual; después ha quedado en una tarjeta navideña o ni siquiera eso. Del fuego del amor fueron quedando cenizas.
Un joven que llevaba una vida frívola se vio al borde de la muerte; sabía que los días los tenía contados. Una enfermedad del pulmón hacía pensar que no había remedio. Entre sollozos y casi a gritos le decía al confesor que le visitaba con frecuencia: «Pídale a Dios que pueda vivir; cambiaré, seré mejor, me dedicaré a hacer el bien...». La verdad es que se fue recuperando. Durante unos meses parecía un joven totalmente cambiado. Al cabo de un año, era el mismísimo joven frívolo que había sido antes.
Del fuego del amor fueron quedando cenizas.
Hoy la primera lectura nos habla del Espíritu Santo, que es amor. El que tiene fe sabe ver al Espíritu Santo en la vida que ha puesto en sus criaturas: en el pájaro que canta, en el capullo de la rosa, en el cabritilla que salta, en los árboles cargados de fruto, en las mariposas que revolotean, en el bebé que cuelga del pecho de su mamá; y en tantas y en tantas cosas; pero el Espíritu Santo está sobre todo en el gozo y la paz de los que aman a Jesús.
El gran psicólogo austríaco Viktor Frankl se encontraba en un campo de concentración de los nazis junto con miles de compañeros. Hay un momento de su larga prisión en que tiene la oportunidad de fugarse. Y efectivamente lo hace, aprovechando las sombras de la noche. Pero fuera ya..., recuerda cómo quedan sus compañeros de cárcel, cómo quedan desprotegidos y en peligro, y olvidándose de sí mismo vuelve al campo y sigue sirviendo en sus oficios de médico, de padre y casi de sacerdote. Viktor Frankl dice que fue entonces cuando sintió una paz y una alegría tan grandes como nunca había sentido.
Esa alegría y esa paz son fruto del Espíritu Santo y las sienten todos los que aman a Jesús sacrificándose por los demás. Las hemos visto reflejadas en el rostro de la madre Teresa de Calcuta, a pesar de que sus ojos veían tantas miserias.
Esa alegría y esa paz no las sienten los egoístas, los que sólo piensan en sí mismos, los que, si piensan en los demás, no es para sacrificarse por ellos, sino para aprovecharse de ellos.
Nos dice la primera lectura que el Espíritu Santo vino sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego, para darnos a entender que el Espíritu divino dio calor a sus corazones para ir por el mundo y predicar a Jesús con la palabra y con su conducta de amor a los demás; amor a los demás que es la mejor manera de predicar a Jesús.